Reinventar IBM ha sido un tema de conversación durante años, desde que Louis Gertsner, tras reinventarla a finales de los 90, escribió Who Says the Elephants Can´t Dance? El tópico ha reaparecido estos días, a propósito de los malos resultados trimestrales, muy inferiores a los peores pronósticos: ingresos en baja del 4% (22.400 millones de dólares), caída del 8% en el beneficio neto (3.680 millones), retroceso en todos los segmentos y en todas las geografías. Si uno mira retrospectivamente, en 2004, IBM vendía productos y servicios por valor de 96.000 millones, cifra que alcanzaría el tope en 2011 con 107.000 millones, para retornar a los 96.000 millones de ahora (es verdad que, entretanto, ha doblado las ganancias). Un retrato en el que es difícil encontrar trazos positivos, como no sea el cash flow de 2.200 millones en el tercer trimestre.
Si acaso se tratara de reinventar, este verbo debería ser sinónimo de achicar, una vez más. La compañía enajenó en 2002 su división de discos duros, en 2005 la división de PC a Lenovo y hace unos meses la de servidores x86 a la misma empresa china; hay quien se pregunta cuánto tiempo podrá retener la de almacenamiento, también deficitaria. La otra mala nueva de la semana ha sido la cesión a Global Foundries de su fábrica de semiconductores en las cercanías de Nueva York: la desinversión estaba cantada, pero no que fuera preciso compensar al comprador pagándole 1.500 millones de dólares y un contrato duradero de suministro de chips. Un analista con poca gracia y nulo respeto ha comentado que «dinamitar» la planta le hubiera salido más barato, ya que ha tenido que cargar en libros una minusvalía de 4.700 millones de dólares.
En este panorama, la CEO de IBM, Virginia Rometty, ha tenido el gesto – inusual – de comparecer personalmente para responder del desastre ante los analistas: «nuestros resultados han sido decepcionantes y no tengo ninguna intención de minimizar el problema». Sin embargo, intentó explicarlo por «el comportamiento de los clientes» y por «nuestra baja productividad». Pudo haberse escudado en que la demora en ver aprobada la venta a Lenovo ha penalizado a IBM elevando sus pérdidas durante dos trimestres en el vacío. Pero, en lo sustancial, ratificó la estrategia citando como estimulante el hecho de que los servicios cloud generaron ingresos de 3.100 millones (un 80% más interanual) y la rama de seguridad creció un 20%.
Otra prueba de continuidad es el anuncio de que mantendrá el discutido programa de compra de acciones, al que Rometty destinó 1.900 millones en el trimestre, y aun le resta por aplicar otros 1.400 millones autorizados por el consejo. Por eso pudo jactarse de haber retornado capital por 2.800 millones a los accionistas, vía autocartera y dividendos. Los críticos señalan que esta política – inaugurada por su antecesor, Sam Palmisano – ha sido nociva, al propiciar que los inversores se interesen en IBM no por sus beneficios sino por sacar partido de la ingeniería financiera. Derivar recursos a esta finalidad ha servido para enmascarar los problemas – objetan – y finalmente ha incumplido el objetivo de mantener alto el valor de la acción detrayendo papel de la bolsa. Que, por cierto, al conocerse los resultados, la ha castigado hasta el cierre más bajo en muchos años.
Rometty ha tenido que admitir, por fin, lo que muchos le advertían: que no será posible alcanzar el objetivo de Palmisano de una ratio de 20 dólares de beneficio por acción en 2015. Queda oficialmente abandonada la meta de 18 dólares este año, y la del próximo se fijará en enero.
Sólo ha habido una buena noticia para IBM en los últimos días, el anuncio de un acuerdo por el que durante diez años SAP utilizará preferentemente su infraestructura para la prestación de sus servicios de software como servicio. SAP se quita el problema de invertir en centros de datos, e IBM rentabiliza una parte de la que ha comprometido tras comprar SoftLayer.